Ignora mi aborto y sigue bailando II
- David Córdoba
- 18 jun 2016
- 3 Min. de lectura
SEGUNDA PARTE
Ignora mi aborto y sigue bailando.
Un recorrido por la sucia obra de Yakov Levi

Matroshka. Dolls of Doom (2004)
Por este año Yakov descubre que la policía ucraniana no revisa cintas de video en el aeropuerto. Por fin tiene luz verde para escribir algo más desafiante, una porno hardcore. Se suponía que las actrices se metieran muñecas (matroshkas) en la vagina, pero también tenía que verse mejor y, por supuesto, contar con mayor desempeño actoral.
Comenzó repartiendo volantes en la escuela de teatro de Simferopol, ya que en 2004 Yakov residía en Crimea, rodeado de montañas, playas y cataratas. Un lugar más apacible y cálido para vivir, guarida de uno de los nuevos herederos de cine trash.
Tras conseguir dos estudiantes de actuación, Yakov por fin tenía una estrella en su elenco, una ganadora de concurso de belleza en Purim: Yulia, quien interpretaría a Miss Esther, a quien conoció años atrás por la comunidad judía ucraniana. Yakov estaba en éxtasis, ahora con una celebridad en su torcido mundo, su siguiente corto sería un éxito.

Yulia, reina de belleza de Purim
Lamentablemente la idea original se desvaneció, ninguna de las actrices estaba dispuesta a hacer porno. Hasta Yakov empezó a recibir llamadas amenazantes de los padres y el reparto siempre llegaba acompañado de amigos con tal de prevenir cualquier intento pornográfico del director.
Pero Yakov aún necesitaba a una mujer mayor, sucia y demente que interpretara a la bruja que convertía a los huéspedes de su hostal en muñecas matroshkas. Sorpresivamente, gracias a una amiga que trabajaba en una organización de caridad, apareció una vagabunda ideal para el papel.
Era una indigente como cualquier otra, pero lo mejor: desquiciada en el guión y en la vida real. Como era de esperarse, no era una gran actriz, y cinco días antes del rodaje tropezó en una zona helada y se rompió un brazo.
El director empezó a entrar en pánico, sin saber qué hacer, audicionó a más señoras locas en el teatro local, pero todas las actrices eran demasiado serias y refinadas para el papel y, por supuesto, para prestarse a semejante suciedad y locura.
Decepcionado y con el corazón roto, Yakov volvió a su casa. En el camino, como si se tratara de un milagro, encontró a la futura Divine ucraniana. ¡Era perfecta! Estaba en la acera, pidiendo limosna, maloliente, sin dientes y con una gordura mórbida. La musa soñada de todo travieso realizador como Levi.
El rostro de Yakov se iluminó de inmediato, se acercó a la mujer, le preguntó si podría actuar y ella aceptó. Le explicó que su personaje consistía en una malvada y perturbada bruja que no paraba de reír. Ella soltó una risotada interminable… el resto es historia.
Nace una estrella. Baba Alla vivía en el vagón de un tren abandonado a las afueras de Simferopol, en un área marginal, justo a un lado de un matadero de pollos. Un lugar que permanentemente olía a putrefacción, donde los verdaderos habitantes eran moscas, un sinfín e interminable mundo de moscas.

Baba Alla, la nueva estrella del mal gusto
Baba compartía el diminuto espacio con su hija, su nieto y su madre, quien rebasaba los noventa años. Sin baño ni teléfono. Sólo moscas.
La alegría inundó el vagón familiar al saber que a Baba le pagarían tan sólo por un par de días de rodaje. La única forma de encontrarla era recorriendo en taxi la sórdida zona hasta dar con ella. Yakov vivía bajo el constante temor de que su Divine llegara a desaparecer.
Desafortunadamente, Baba era incapaz de memorizar sus líneas; hasta el más simple diálogo le era imposible recitar. El resultado fueron trece horas de material, ya que todas las tomas se tuvieron que repetir infinidad de veces hasta que Baba Alla pudiera completar sus líneas correctamente.
Yakov gritaba y regañaba a Baba en todo momento, ella siempre le respondía al director con una larga risotada. Una mujer muy dulce.
El crew era inexistente, Yakov grababa e iluminaba. Había un estudiante que le ayudaba de intérprete del ruso al ucraniano para poder comunicarse con las actrices. Junto a la casa que habían rentado, el escandaloso perro de los vecinos no paraba de ladrar. Pero nada que no pudiera resolverse: esto es Ucrania, damas y caballeros. Un policía local y veinte dólares fueron suficientes para agregarle tranquilizantes a la comida del animal y callarlo.
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